martes, 29 de diciembre de 2020

LA ILUSIÓN DE CREER EN LOS REYES MAGOS.

Miércoles 23 de diciembre: acabamos de guardar la última caja de libros en el Centro Cívico y de tirar al contenedor la última bolsa de juguetes descartados por su deterioro. 



 

 Me tiro en el sofá con la firme convicción de que nunca más me pillarán para una historia como esta.

 ¿Qué historia? La de diseñar, ejecutar una campaña de recogida de juguetes y entregarlos para que tengan otra vida con otras niñas y niños. 

Después de ver cientos de muñecas, de juegos de mesa, de coches, de libros retrocedo hasta ver casi con nitidez mis primeros juegos y los tiempos en los que esperaba a San Nicolás trayendo su regalo.


 De chiquita, en Venezuela, San Nicolás era el que me traía siempre un detalle. Aunque lo personificaba en el tierno abuelo de barba blanca, siempre fui de la mano con mis padres a comprar a Gertrudis, una de mis muñecas, la caja de Lego o los libros. 

No tenían con quien dejarnos en Caracas, así que siempre fuimos testigos de que nuestros padres eran realmente ese San Nicolás o Niño Jesús que nos hacía sentir afortunados con un juguete. 


Cuando vinimos a España a vivir, en la familia de nuestros padres se celebraban los Reyes Magos. En mi casa, muy humilde, los regalos que traían sus majestades fueron durante años muy sencillos, muchas veces heredados y relacionados con alguna necesidad de vestimenta o perfume, más que de algo lúdico.

 El 5 de Enero del año 2000 fue nuestra primera toma de contacto directo e intenso con nuestro hijo Victorio. 

Los días previos fueron un remolino de emociones pensando en qué detalle le traerían los Reyes Magos en su nueva casa. 

 Y desde ese momento nos encargamos de preparar con ilusión la noche de reyes para él y para su hermano y, en los últimos años, a mi nieta. 

 Aún sin creer realmente en los Reyes Magos (la leyenda dice que son magos, no exactamente Reyes ni exactamente 3) pusimos en práctica el ritual de alimentar a los camellos, de permanecer despiertos hasta muy tarde cuando ellos dormían, para envolver los regalos, dejar un sendero de ramitas y huellas cuando venían a traer los regalos la noche del 5 de enero. 

 Desde hace 21 años siempre hemos decidido que esos pequeños regalos, no cuantiosos, pero sí importantes para nuestros hijos tuvieran en cuenta:

  •  El valor de pensar en cada uno, en sus gustos, en sus aprendizajes.
  •  El valor de reutilizar: en mi familia, el paso de juguetes entre primos y sobrinos ha sido siempre una tónica habitual. 
  • El valor de dar valor al regalo: no por tener muchos juguetes hay más felicidad. 
  •  El valor de dar valor a los juguetes. 

Hay juguetes muy caros y no significa que sean maravillosos. 


 

Los Reyes Magos o San Nicolás deben atender a todos los niños por igual , con lo que la cantidad de dinero no debe ser elevada, pues los pobres encontrarían la ruina. 

Durante unos años 3 fueron los detalles que llegaban en la noche mágica: un libro, un juego de mesa para compartir y una pequeña prenda de vestir. 



Las tardes de Reyes en mi casa, con olor a chocolate recién hecho, roscón y jugando juntos es uno de los mejores momentos-regalo que tengo. Los ritos y la economía han cambiado y mi nieta este año tiene un solo regalo por parte de nuestra casa. 

En su casa recibirá otro y en casa de sus tíos de igual manera. Ha hecho una selección razonable, con miles de catálogos. Mantenemos la ilusión de la sorpresa, de cumplir un pequeño sueño, pero sobre todo haciendo hincapié en que se disfrute con los demás y que sea útil y motivador para ella. ¿Qué será, será? 


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